Serie "Lugares que no existen. Goggle Earth 1.0"

(2009)
Isa Campo e Isaki Lacuesta
Producción Can Xalant i Fundació Suñol

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Goggle (gógl). v. tr. y v. intr. Remover los ojos // s. Acción de remover los ojos. // pl. Anteojos, anteojeras. 

[Complemento, y en ocasiones antónimo, de Google Earth].

 

Queequeg era natural de Rokovoko, una isla lejana del suroeste. No figura en mapa alguno. Le ocurre lo que a la mayoría de los lugares que existen de verdad”

Herman Melville (Moby Dick)

SINOPSIS

El proyecto Lugares que no existen (Goggle Earth 1.0) consiste en una serie de retratos y filmaciones de espacios que no aparecen en Google Earth, a los cuales hemos viajado a fin de documentar su aspecto verdadero (mediante videos y fotografías), y contraponerlo en una instalación a la falsa visión que podemos obtener desde el ordenador. Terrenos militares, campos de entrenamiento, edificios gubernamentales, parques naturales donde los especuladores construyen bloques de edificios ilegales, playas nudistas... en España, Colombia, Ecuador, Rusia, Australia... El catálogo de paisajes que Google Earth nos escamotea por diferentes razones es interminable, y con frecuencia, muy sorprendente. Este proyecto confronta la mirada hiperrealista y supuestamente objetiva de Google Earth, con el punto de vista realista (y sin embargo subjetivo) de nuestras imágenes a ras de suelo de estos lugares que pese a todo existen.

 

PAISAJES EN BLANCO

“De muchacho tenía yo pasión por los mapas. Hubiera mirado durante horas enteras mapas de América del sur, de África, de Australia, y me hubiera perdido en todas las glorias de la exploración. En aquel tiempo, había en la tierra mucho espacio en blanco, y cuando yo veía en un mapa uno que parecía especialmente atractivo, hubiera puesto mi dedo sobre él: “cuando crezca iré allá"

Joseph Conrad (El corazón  de las tinieblas).

 

Cuando Joseph Conrad escribió estas líneas, en 1899, cada vez quedaban menos espacios en blanco en el mundo, paisajes que el hombre todavía no hubiera llegado a explorar, profanar o topografiar.

Hoy en día, más de un siglo después de su escritura, la divulgación de ingenios tecnológicos como los satélites y de páginas web tan populares como Google Earth intentan hacernos creer que tenemos todo el planeta a nuestro alcance: según esta visión, ya no quedaría ningún espacio en blanco, y por tanto, continuar profundizando en la exploración terráquea no tendría ningún sentido, porque ya habríamos alcanzado un conocimiento absoluto.

Sin embargo, una mirada ligeramente más atenta a los mapas interactivos de Google Earth permite constatar de inmediato que esta pretendida omnisciencia ofrecida al espectador es una falacia.

Lo más significativo de esta impostura es que, a diferencia de los mapas decimonónicos, en Google Earth no encontramos espacios en blanco. Aparentemente, la visión es exhaustiva, y el mapa se nos llena de marrones y azules y verdes y ocres de todas las tonalidades. Lo que no advierte la página de Google Earth es que muchos de estos espacios han sido recreados de forma virtual, completando digitalmente zonas ignotas, o más frecuentemente, ocultando deliberadamente información de zonas prohibidas a la mirada de los espectadores.

 

Los orígenes del proyecto: la especulación invisible.

Empezamos a pensar en este proyecto al descubrir que uno de lugares donde rodamos “La leyenda del tiempo”, la playa de la Casería en la isla de San Fernando, un parque natural protegido, aparecía en Google Earth de forma tergiversada.

Gran parte del entorno de la playa de la Casería se había salvado de la especulación porque el terreno pertenecía al ejército: lindando con el campo de maniobras y zona de residencia de la marina, quedaba un nobody’s land que las familias sin recursos fueron ocupando. Hace pocos años, el Ministerio de Defensa traspasó parte de estos terrenos protegidos al Ayuntamiento de San Fernando, que los vendió inmediatamente a una promotora para la construcción de un puerto deportivo y seis bloques de veinte plantas de altura a pocos metros de la playa. Sorteando “legalmente” la ley de costas, el proyecto salió adelante y en la actualidad, ya se alzan tres grandes bloques de edificios en la zona. Al lado de los pisos todavía podemos apreciar un gran cartel que los promotores ni siquiera se han molestado en quitar: “Por ordenanza municipal. Queda terminantemente prohibida la construcción en esta zona protegida”.

Sin embargo, nos resultó imposible seguir el progreso de las obras mediante Google Earth. En su lugar, sólo podíamos ver un falso descampado, siempre idéntico, de un color marrón claro y homogéneo: la imagen fijada del lugar tal y como fue en algún momento, hace ya bastantes años.

 

GESTOS DE UNA DESAPARICIÓN. 

            En Internet existen numerosas páginas que ofrecen visiones del mundo vía satélite. Decidimos abordar este trabajo a partir de la más popular de todas ellas, Google Earth, en su versión gratuita (de menor potencia y actualizada con menos frecuencia que la “profesional”).

            Pensar que la “desaparición” de tantos lugares se debe a una suerte de conspiración maquiavélica y sistematizada sería demasiado sencillo, y por ende equivocado. Cada ausencia tiene su propia razón de ser: en algunos casos, el retraso o la falta de actualización de las imágenes (cuya renovación depende, en buena parte, de motivos económicos: evidentemente, Nueva York no se actualiza al mismo ritmo que las ciudades de Perú: sin ir más lejos, Pisco, asolada por un terremoto en 2007, continúa mostrando su mejor aspecto en Google Maps, como una suerte de Pompeya virtual); en  otros casos, por razones de seguridad (como sucede con las bases militares de casi todo el mundo, conforme con las leyes internacionales, o con los campos de refugiados); en otros, motivados por turbios acuerdos económicos (según denunció un periodista en el caso de Fuerteventura, donde las nuevas construcciones hoteleras, en primera línea de mar, fueron borradas como consecuencia de “un trato de buenas intenciones”); o por razones de protección de imagen (fue sonado en 2006 el caso de una mujer holandesa, retratada desde el satélite mientras tomaba el sol en top less: las coordenadas de su azotea fueron visitadas por miles de usuarios voyeur, pese a que la resolución de cada teta era de pocos píxeles; desde entonces, las playas suelen aparecer escrupulosamente solitarias).

            A cada uno de estos lugares nos hemos acercado desde diferentes perspectivas. En algunos casos (como en Fuerteventura, San Fernando o Cuyabeno), teníamos un cierto conocimiento previo de lo que nos podíamos encontrar en la zona. En otros episodios (como en el ruso), trabajamos al revés: rastreamos Google Earth hasta encontrar imágenes que nos parecieron lo bastante sospechosas como para pensar que habían sido manipuladas, y después viajamos hacia allí, sin tener la más remota idea de lo que nos íbamos a encontrar sobre el terreno, cuyo aspecto visto desde el aire nos recordaba las enigmáticas formas geométricas impresas por los extraterrestres en la película “Señales”.

            Al viajar por los pequeños pueblos de la periferia de San Petersburgo, no pudimos evitar recordar la vieja tradición soviética de manipular las fotografías y las películas con el fin de borrar los rastros de los adversarios políticos. Una práctica que ni siquiera Eisenstein dejó de cultivar. En Rusia, filmamos las cámaras de los antiguos satélites militares (utilizadas para localizar y atacar a los enemigos chechenos), pero también tuvimos ocasión de coincidir con una joven actriz norteamericana que soñaba con conocer a Gary Kasparov y trabajar en los enormes estudios rusos: una americana en Moscú.

            En este sentido, en cada viaje nos hemos dejado conducir por el azar, y hemos preferido no limitarnos a filmar las “zonas inexistentes”, sino también su periferia: un entorno al que a menudo nos llevaban encuentros casuales, amigos de nuevos amigos, determinado por asociaciones de ideas más o menos caprichosas o por el simple placer de seguir caminando y filmando.

            En Colombia, país que en Google Earth es poco más que una mancha borrosa, como si alguien se hubiera tomado al pie de la letra su condición de país enmascarado por naturaleza, nos detuvimos en Cali. Allí propusimos a los estudiantes de cine de la universidad la realización de una pieza colectiva, a partir de las imágenes que cada uno de ellos considerara más necesario rescatar de la invisibilidad.

            En la frontera entre Colombia y Ecuador, donde los satélites rastrean la presencia de las FARC y de los narcotraficantes, recordamos las declaraciones a El País de un jefe del servicio de inteligencia norteamericana, en las que afirmaba que en la actualidad ya disponían de medios más que suficientes para fotografiar, desde el cielo, a Bin Laden estuviera donde estuviera. El único problema era que, sin la ayuda de algún  espía infiltrado a la vieja usanza, nadie podía distinguir el turbante de Bin Laden del de cualquier otro.

            Al fin y al cabo, a menudo lo más peligroso no son los manipuladores, sino nuestra propia capacidad de autosugestión, la enorme necesidad de creer en todo lo que hemos visto con nuestros propios ojos, aunque sea a través de una pantalla.

 

“Ahora ya tenemos los medios técnológicos para realizar el principio formulado por Berkeley según el cual la esencia de los objetos consiste en que son percibidos por nosotros.  (...) La idea de que un muerto no filmado es todavía un muerto, o de que un cohete Tomahawk es sólo una señal de radar en una pantalla de control, no es ya una prueba en la era visual (y, por lo tanto, ya no produce ningún impacto). Se habla acertadamente de ‘cobertura mediática’. De hecho, lo visual cubre. (...) Una visibilidad no se refuta con argumentos. Se reemplaza por otra. (...) Somos la primera civilización que puede creerse autorizada por sus aparatos a dar crédito a sus ojos. La primera en haber establecido un rasgo de igualdad entre visibilidad, realidad y veracidad. Todas las otras, y la nuestra hasta ayer, estimaban que la imagen impide ver. Ahora, la imagen vale como prueba. (...) Lo que no es visualizable no existe.”

Régis Debray

(Vida y muerte de la imagen. Historia de la mirada en Occidente.)